De izquierda a derecha: Gabriel Salazar, Roberto Celedón, Max Marambio, Jorge Arrate, Carlos Margotta.
La Nación, Domingo 25 de Junio de 2006 Por: Miguel Paz
La casa de estudios ofrecía libertad, diversidad, pluralismo y democracia. Un grupo de estudiantes se creyó el cuento, tomaron la casa central y pusieron en jaque la educación de tres mil alumnos. Detrás de este absurdo se esconde una lucha por el poder entre los socios de la corporación.
Después de vivir el peor momento de su historia, luego de casi un mes de permanecer tomada por un grupo de alumnos, la Universidad Arcis intenta volver a la “normalidad”. Tras el absurdo de que un grupo reducido de estudiantes ponga en jaque un proyecto universitario “de izquierda”, se esconde una crisis económica por deficiente administración desde los orígenes de la universidad, además de amenazas de despidos a funcionarios y persecución a académicos simpatizantes de la toma, denuncia Edith Delgado, presidenta del Sindicato de Trabajadores. ¿Cómo se llegó a esto? La Universidad de Artes y Ciencias Sociales (Arcis) se constituyó como Instituto Superior de Comunicación y Diseño en 1981. La idea era promover un proyecto universitario de izquierda y ser un espacio de cobijo para académicos y estudiantes opositores a la dictadura. En 1989, el Ministerio de Educación aprobó su constitución como universidad, y en 1999 alcanzó la autonomía. La Corporación Universitaria fue presidida por Fernando Castillo Velasco y en la rectoría quedó Luis Torres, un discípulo suyo de la época de la reforma de la Universidad Católica en 1968. A mediados de 2002 estalló la primera gran crisis, cuando un grupo de estudiantes paralizó la universidad y exigió la salida de Torres. El rector se repliega en Arcis País, un ambicioso proyecto creado en 2001, con sedes en Chiloé y Valparaíso. La idea de Torres era llevar la educación a lugares alejados y disminuir la relevancia de la casa central a medida que su proyecto desperdigaba sedes por lugares como Cabrero y Portezuelo, con carreras que no tenían nada que ver con su entorno. Incluso, en su afán de separar Arcis País de su alma máter, Torres cortó las comunicaciones con la casa central, promovió currículos propios y designó jefes de carrera para licenciaturas que ya tenían uno y programas académicos establecidos. El delirio de Torres “provocó a la universidad un desangramiento financiero”, recuerda un académico. “Fue una volada de Lucho”, reconoce Ignacio Vidaurrázaga, ex director de Arcis Chiloé. “Ahí, esta idea de Universidad de Estado de bienestar se quiebra. Se ve que hay que redefinirla en términos administrativos y políticos. La duda es cómo alentar la crítica sin que te estalle el conflicto en la cara”, dice. INMOBILIARIA LIBERTAD Tras la salida de Torres, a la rectoría llegó Tomás Moulian, aplaudido por una esperanzada comunidad. Sin embargo, por las precaria situación financiera heredada lo obligan a reducir costos y a despedir personal. El sindicato le “enrostra” su contradicción de discursear con la izquierda y firmar finiquitos con la derecha. En 2003, Jorge Arrate reemplazó a Castillo Velasco en la presidencia del directorio y aumentó de 12 a 42 los integrantes de la asamblea de la corporación. Debido a los problemas económicos y su déficit contable de 2.300 millones de pesos, al año siguiente Arrate y Moulian buscan inversionistas. Sólo el Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz (ICAL), del PC, y la Fundación Joel Marambio, presidida por el ex mirista Max Marambio, aceptan la propuesta. Después de un “due dilligence” realizado por una empresa externa, su patrimonio es valorado en casi 1.600 millones de pesos. Pero como la corporación es sin fines de lucro, sólo puede allegar recursos a través de donaciones o por la creación de una instancia que compra los bienes inmuebles a la corporación, para administrarlos y arrendárselos. Así nace Inmobiliaria Libertad S.A., que compra los inmuebles de Arcis con un aporte de 600 millones de pesos de Fundación Joel Marambio, 600 millones de ICAL (de la venta de inmuebles devueltos al PC por el Gobierno) y cerca de 320 millones contribuidos por Fundación Salvador S.A., empresa creada para estos efectos por los miembros de la corporación Jorge Arrate, Roberto Celedón y José María Bulnes. LUCHA DE CLASES Ahí comienzan los problemas, recuerda un socio de la corporación. “Cuando llegan el ICAL y Marambio, piden estar también en la corporación. Luego, exigen tener la mayoría en el directorio y finalmente actúan como bloque”. Esto rompe el compromiso de no hacer alianzas que la corporación pactó con los nuevos socios para su inclusión en el proyecto. “Pero eso fue lo que hicieron cuando le pasaron la máquina a Celedón”, dice. Un mes antes, Tomás Moulian dejó la rectoría por razones de salud y asumió Jorge Arrate. En la misma reunión, asegura Celedón, “Juan Andrés Lagos y Max Marambio, de manera sorpresiva y sin que jamás se hubiese discutido, proponen una reestructuración completa de la dirección de la universidad a raíz de la salida de Tomás”. Asegura que esto fue planteado como un paquete en el cual Jorge Arrate asumiría como rector y él dejaría la secretaría general, para asumir tareas de contralor, y sería reemplazado por el economista Galo Edelstein, cercano al PC. “Pedí una explicación porque la propuesta no tenía fundamento alguno. Les dije: la universidad y el directorio siempre ha operado en base a consenso, y ustedes pretenden imponer una decisión inamovible. Esto implicaba introducir una lógica de máquina política que nunca había operado en la universidad, algo muy grave porque la institución es algo muy distinto a un partido político, y ellos se habían comprometido a respetar la autonomía de la universidad”, recalca Celedón, quien finalmente renunció al cargo en protesta. En el ICAL difieren de la versión del abogado: “A Celedón se le pidió el cargo porque se necesitaba alguien con un perfil no sólo legal o político, sino que también administrativo”, y apuntan que esparce el rumor de que la universidad está en crisis de gobernabilidad, argumento recogido por los estudiantes que hicieron la toma. Como sea, la pelea dañó la confianza al interior de la universidad y visibilizó entre la comunidad académica la verdadera lucha por el poder en que están enfrascados los socios de la corporación. QUÉ TE PASÓ, MA(R)X Sin embargo, ya hay bajas. Arrate duró tres semanas como rector debido a las presiones del grupo que después se tomaría la sede de Libertad 54. Aunque Arrate había sido votado de forma unánime por la corporación y el Consejo Superior Universitario, los estudiantes irrumpen en una reunión y le exigen que vaya a una asamblea y aclare su proyecto universitario. “Él les dijo que era el mismo que estableció el claustro del año pasado”, recuerda un cercano suyo. “Los alumnos aceptaron sus argumentos, pero siguieron con presiones”. Gabriel Salazar, candidato al Premio Nacional de Historia y hasta hace poco decano de la Facultad de Humanidades, tiene otra versión del hecho: “Los estudiantes hacen asamblea y exigen la asistencia de Arrate. Él no respondió y eso motivó que los alumnos le invadieron la rectoría gritando que saliera a conversar con ellos”. Esto respondió a las decisiones que tomó el directorio, “sin que mediase un proceso de evaluación de los postulantes”, asegura. Salazar es uno de los sindicados por los directivos de la corporación como “promotor” de la toma. Él lo niega tajantemente: “Jamás he promovido una toma. Soy académico. Pero la imagen que quedó después de eso fue que había sido el gran instigador de la movilización estudiantil. Mi labor, si algo hice, fue tratar de sacar a los estudiantes de la rectoría para resolver el tema”. En la universidad no le creen y ya le pasaron factura. La primera medida del recién asumido rector, Carlos Margotta, fue fusionar las cuatro facultades (Artes, Humanidades, Educación y Ciencias Sociales) en dos y pidió a los decanos que pusieran sus cargos a disposición. El argumento de Margotta es que “la universidad debe implementar una gestión administrativa eficiente y ordenada, y para eso tiene que hacer una reingeniería”. No obstante, como Humanidades se juntó con Ciencias Sociales, Salazar fue destituido. “Me convertí en el gran chivo expiatorio para la corporación y el directorio”, dice el académico, quien, al igual que la presidenta del Sindicato de Trabajadores, acusa una caza de brujas contra académicos y funcionarios que simpatizaron con la toma. Ella asegura que ahora está sufriendo una práctica antisindical de su nuevo jefe, Jaime Insunza (hermano de Jorge, un líder histórico del PC), recién asumido como vicerrector académico y quien fuera expulsado del sindicato. “El día que él asume me dice que no quiere trabajar conmigo porque dice que tenemos malas relaciones. Hasta el minuto no recibo ningún trabajo de parte de él, cumplo horario y me tiene ahí parada”, explica. Aparte de eso, lo que más preocupa y enrabia a Edith son los sueldos. Las autoridades arcianas ya le informaron que desconocen si a fin de mes habrá plata para pagar a los trabajadores. Ella recuerda que cuando llegó Max Marambio a la corporación, los trabajadores se vieron forzados a aceptar que les redujeran los sueldos. Al respecto, el empresario asegura que él sólo aplicó un acuerdo que había logrado Moulian antes de retirarse de la institución. Pero para Edith, el tema de fondo es otro: “Nosotros los trabajadores cedimos un porcentaje de nuestro sueldo. Si después te dicen que esta cuestión quiebra, ¿quién nos va a pagar las indemnizaciones por los años de servicio?”. Para quienes piensan como Edith, la corporación despejó las dudas en su última reunión del pasado viernes, donde ratificó a Max Marambio como presidente del directorio. Allí se acordó que la corporación comprará de vuelta a la Inmobiliaria Libertad los bienes que le había vendido anteriormente. La idea, dice uno de los asistentes al encuentro en el Colegio de Profesores, “busca proteger la autonomía de la universidad, porque la comunidad no va a aceptar nunca que Arcis sea controlada con la mentalidad de un empresario o de un partido”. Además, los asistentes aprovecharon de sacar lecciones de la toma que casi hundió la universidad de la libertad, la diversidad, la esperanza y los sueños de izquierda. Hoy la consigna es renovarse o morir. Y eso, dice el rector Margotta, pasa por administrar bien y cortarla con el hippismo. “Le perdimos el temor a ser políticamente incorrectos”, dijo a este medio Max Marambio a la salida del cónclave, tras asegurar que el proyecto de izquierda de Arcis “jamás se ha puesto en duda”. LND