SIEMPRE PRESENTE: CARMEN ARIAS GAUNA (19-10-2008)

Miré decenas de veces el mensaje que me hizo llegar Irma y me resistía a creerlo. Y es que en un momento se llega a pensar que personas como la señora Carmen son inmortales. Pero no hay error en la noticia funesta. Es una realidad, una verdad horrible. Así de concreta, así de clara, así de dolorosa. Pasé estos días pensando en como comentarla, como explicar a quienes están tan complicados con el diario vivir, quién fue esta mujer menuda de cuerpo pero gigante de convicciones, que hizo un generoso y desinteresado aporte a la lucha por recuperar la democracia. De sus cualidades de luchadora, de su entrega a la causa, del combate sin cuartel contra la opresión, alguien ha de hablarnos un día, ese día en que se pase la lista de los imprescindibles y se les rinda el justo homenaje. Por ahora un recuerdo del corazón. Conocí a la compañera Carmen en ese San Bernardo viejo y hermoso de principios de 1970, ese por donde pasaban los trenes desde y hacía el sur, el de las victorias y los árboles centenarios de la avenida Portales que llegan hasta el mismo Nos, avenida que de seguro alguna vez recorrió con su familia. A un par de cuadras de la estación de ferrocarriles vivía la familia Pascual – Arias, en un segundo piso, casi junto en la esquina de San José y Barros Arana. A su casa siempre llegaba una deliciosa fragancia a pan recién hecho y un grupo de chiquillos que desordenaba todo. Rafael su hijo menor, los Zúñiga, León, alguno de los Molina, Juan y otros cuantos habíamos hecho buenas migas en la Jota y a veces nos invitaba a tomar onces a su casa. La señora Carmen me recordaba y me recuerda a mi madre, de aquí para allá ordenando las cosas, preocupada de que nada falte y los chiquillos en retribución a su generosidad le interpretaban alguno de los temas que habían ensayado. Con harta quena, guitarra y charango.

Rafael, León y yo nos llamábamos “hermanos” y todo el tiempo que podíamos, que era bien poco, lo pasábamos juntos. Fumamos los primeros cigarros y participamos en algunos trabajos de la brigada de pintura. El Rafa tenía 2 hermanos mayores que se llamaban Benito y Martín. Doña Carmen nos contaba de ellos y daba mucho gusto oírla con esa fuerza característica que tienen al hablar los españoles. Pasó entonces la muerte volando bajo y algunos lograron esquivarla. Así sucedió con los Pascual Arias, de quienes no supe nada hasta aquella mañana en que miraba incrédulo los titulares de los diarios y las primeras imágenes de los rodriguistas de Carrizal. Uno de ellos era Rafael y cuando nos vimos en la cárcel pública y nos abrazamos con fuerza por largos minutos. En la cárcel volví a encontrar a Carmen, la luchadora, quien casi no recordaba ya a todos los que habíamos pasado por su casa del segundo piso a principios de los 70. Estuvo en todas y cada una de las peleas por la libertad de los presos políticos y seguro exigió por otras cosas hasta que le dieron las fuerzas. Lo dio todo en esta lucha por los valores humanistas, por el irrestricto respeto a los derechos humanos y podría decir que cumplió con creces la tarea que se propuso. No habrán sido todo lo bueno que se quisiera los resultados pero estos escapaban a su control. Donde esté está pendiente de lo que sucede y debe saber que los que la conocimos la recordamos siempre, que no la olvidaremos y que trataremos, trataremos, de estar a su altura. Dicen que pidió ser cremada y que sus cenizas se tiraran al mar en Valparaíso. “Por ahí llegué, por ahí me quiero ir”. De seguro que un día la abrazaremos en ese mar .
MANUEL AHUMADA LILLO