Facundo no sabe que lo amo con locura. No ve que muero de amor por él. Está atento a la gata que juega con sus calcetines y que se revuelca ante él como yo querría hacerlo en este mismo instante.
Facundo no conoce ni dios ni patrón ni sabe elaborar una bomba casera. No tiene idea que mezclando azufre, carbón vegetal, salitre, nitrato de amonio y pólvora negra en proporciones precisas, luego comprimiendo estos elementos dentro de un envase metálico, es posible volar la portería de una institución burguesa.
Facundo no entiende por qué estoy triste cuando él me muestra el lucero de la tarde en el fondo del cielo.
Simplemente quisiera poder velar el cuerpo del joven Mauricio Andrés Morales Duarte, que explotó en la noche brutal de Santiago, en este mayo de medias tintas, justo cuando el país estaba preocupado de evaluar el color del vestido de la primera mandataria en su cuenta anual.
Nada dijo ella sobre la muerte de este joven chileno. Un cabro humilde, estudioso, entregado a los demás. Tal vez la mandataria esperará a que muchos muchachos desesperados salgan en sus bicicletas portando bombas en sus mochilas. Quizás se conmoverá cuando docenas de ellos estallen por los aires.
Ojalá los policías que hicieron “el procedimiento” hayan tenido la humanidad de tratar a Mauricio con respeto. Yo hubiera querido recoger los trozos de su cuerpo esparcidos en setenta metros (los medios de comunicación repiquetean, repiten, se solazan en este detalle truculento), recuperar sus mangas de ese árbol, reunir sus restos y abrazarlo. Sentir su último calor y darle el mío, con la ilusión de arrancarlo de la muerte. Así de furiosa estaría como llena de ternura maternal para el anarquista muerto.
Estudiante de historia, seguramente Mauricio repasó las materias de rigor: “El anarquismo es una corriente filosófica, una ideología y un movimiento político que promueve la autonomía e igualdad de cada persona y su organización social directa, por lo que llama a la abolición de todas las relaciones de dominación del ser humano por parte de sus congéneres, al considerar éstas indeseables, innecesarias y nocivas. La palabra “anarquía” deriva del prefijo griego αν (no), y la raíz del verbo arkho, (jefe)”. Es decir, el significado de la palabra es “sin gobierno”.
Seguro que Mauricio, supo que esta teoría del utopismo surgió en 1800 e influyó en el movimiento obrero que se desarrollaba a fines del siglo diecinueve. La llegada del pos-modernismo obligó a reformular muchas de las nociones anarquistas, pero lo que sigue en el centro de su ideario es la posibilidad latente de generar sistemas de organización social ausente de figuras institucionales normativas.
En cualquier caso los datos históricos no importan ahora que Mauricio ha muerto. Tras tanta lucha silenciosa no fue la muerte la que decidió atraparlo, no se cansó él de vivir ni dijo basta ni se durmió para no despertar más. Un estallido traicionero le quitó la vida. Quiero creer que no alcanzó a vislumbrar que era el final, y que simplemente siguió pedaleando en el anonimato para cumplir su tarea de amor por los excluidos, los invisibles, los que sobran. No es una tregua su muerte sino un lamentable error que nos recuerda el nombre de la obra de Darío Fo: “Muerte accidental de un anarquista”.
Facundo prefiere un auto verde y cree que su abuelo es inteligentísimo. Coincidimos. Ya es tarde y lo gana el sueño. Entonces me pregunta: “¿qué pasa mañana?”. Le acaricio la frente y no contesto porque mañana no hay nada, nuevamente el dólar, las deudas, el transantiago, la marginalidad de tantos hermanos, el lavado de dinero, la narco política, la diosa blanca que hace pedazos esas poderosas narices de portada, la asimetría económica, el triunfo de los desalmados, el dolor de mi pueblo. Facundo abraza el caos antes de dormir.
Los camaradas de Mauricio lo cuidan hasta que está bajo tierra. Durante el funeral cuelgan un lienzo que dice “¿qué sabes de ti mismo si nunca has peleado?”. Es verdad que sólo en el combate es posible saber quién y cómo es un ser humano.
La anarquía es el ejercicio del poder por parte de cada individuo y la cooperación mutua entre estos seres autónomos, configurando asociaciones voluntarias e igualitarias en base a contratos libres y democracia directa. Existen varios métodos propuestos para concretar estos puntos, como el desarrollo de pequeñas empresas artesanales autogestionadas, el distrito autogobernado y la acción directa. Mauricio creía que era posible la anarquía.
Ahora, después de su lamentable muerte, el estado investiga noventa y seis bombazos desde el 2004. La policía allana las casas “okupa” e impone el contenido de que todos sus habitantes son unos terroristas de temer. A eso dedican su energía los aparatos del estado. ¿Tal vez esperan que muchos muchachos desesperados salgan en sus bicicletas portando bombas en sus mochilas? ¿Quizás se conmoverán sólo cuando decenas de ellos estallen por los aires? ¿Puede que sólo entonces descubran que estos jóvenes son capaces de dar su vida para combatir la injusticia en que vivimos?
Mauricio propuso que el estado sea sustituido por una sociedad sin clases y sin violencia. El se entregó a una comunidad sin jerarquías, en la que nadie manda, nadie obedece, todo se decide en conjunto, compartiendo la pobreza, viven con el mínimo de recursos, comen de una olla común donde preparan cada día los vegetales que pueden conseguir, trabajan laboriosamente sobre todo con niños pobres, les enseñan a leer y dibujar, hacen teatro callejero y talleres artísticos, no hablan por teléfono ni ven televisión.
El anarquismo es una corriente filosófica que promueve la igualdad y autonomía de cada individuo. De esta manera, propone la abolición de toda institución que implique dominación de unos sobre otros, como por ejemplo, los gobiernos, excepto la democracia directa o algún sistema donde claramente el poder sea de todos al mismo tiempo, pero de ningún grupo en particular. No reconoce patria, ni estado ni dios.
Un anarquista lo es por decisión y convicción, elige el difícil camino de la pobreza, no acepta patrones ni ataduras a bienes materiales, está en el mundo para destruir lo establecido, crear reglas nuevas y equitativas entre todos los seres humanos, está dispuesto a dar peleas perdidas y a estallar por los aires en pos de un sueño.
El anarquista no tiene rostro, su identidad se diluye en la de todos los marginados. Un anarquista es un soñador. Un soñador que no tiene nada que perder, aquel que considera que el pueblo se debe gobernar a sí mismo. Así que mientras Facundo descansa serenamente, lejos de los dolores de la vida, yo abrazo el caos antes de dormir y me entrego a la convicción de que es posible llenar de magia el corazón de otras personas y reconocer a nuestros hermanos en esos que hacen teatro en las calles, que levantan bibliotecas en casas derruidas, que portan explosivos en sus mochilas pedaleando hacia la muerte.