Por Alejandro Lavquén
Sin duda que las declaraciones de políticos como Carlos Larraín y Pablo Zalaquett, entre otros, durante las últimas semanas, demuestran el terror que la derecha le tiene a la democracia y a que el pueblo se manifieste libremente. El primero afirmó sin pudor alguno que lo aterrorizan los plebiscitos pues en el país existen “inútiles subversivos”, los que, evidentemente, podrían votar y subvertir el “orden establecido”. El segundo encuentra factible sacar a las FFAA a la calle el 11 de septiembre próximo para prevenir lo que él considera será una jornada de terror ¿Estará dateado por algún policía infiltrado? Si a esto sumamos las expresiones de Alberto Cardemil, el cura Hasbún, Sergio Melnick, Sergio Onofre Jarpa, el cardenal Medina y otros ilustres –en distintos ámbitos-, veremos que nos encontramos frente al pinochetismo en toda su dimensión. Sólo falta que condenen las movilizaciones de los estudiantes, mediante una conferencia de prensa, el fiscal Torres Silva, Manuel Contreras y Álvaro Corvalán.
Pero ¿de dónde viene este terror a la expresión popular? Viene, en el actual día a día, obviamente de las manifestaciones estudiantiles que, además de exigir cambios en la educación, exigen cambios a la Constitución, reformas tributarias, renacionalización del cobre, plebiscito, etcétera. Es decir, los estudiantes, ejerciendo su legítimo derecho ciudadano, pusieron en el tapete temas que estaban vetados –públicamente- en una sociedad bombardeada diariamente por el cinismo, el endeudamiento y la mentira, donde una oligarquía política interdicta y empresarios inescrupulosos controlan el poder institucional. Los estudiantes tuvieron la audacia de denunciarlo delante de todo el país, despertando deseos de participación de manera masiva, y como hoy existen las redes sociales que funcionan a través de Internet, detenerlos ha sido imposible, provocando el terror en las filas derechistas; pero también ha provocado angustia en algunos políticos concertacionistas, que navegan muy bien dentro del neoliberalismo y obtienen de él bastantes beneficios personales. Entonces, la clase política y ciertos “intelectuales” lanzan acusaciones sobre “infantilismo revolucionario”, “cabros con rabieta”, “consignas por sobre propuestas”, “82 % de coincidencias entre oferta del gobierno y demandas estudiantiles” “los chicos son inteligentes pero ya está bueno, hay que estudiar”, “los estudiantes son manipulados” y un largo etcétera. Todo esto con el objetivo de dividir, caricaturizar y bajar el perfil político e ideológico al conflicto, que claro que lo tiene, y está muy bien que lo tenga, así debe ser. Le cuesta creer a la derecha que, cuando pensaban que tenían todo controlado e impondrían su ideología retrógrada y explotadora sin contrapeso, aparecieran estos “chicos subidos por el chorro” con sus algarabías y cacerolas para decir que ya basta de cambios sociales sólo “en la medida de lo posible”, pues se han dado cuenta, por fin, de que aquella famosa frase sólo oculta opresión, violencia y negación de un futuro digno como sociedad, una sociedad que sea de todos y para todos.
LOS INTENTOS DE DESMOVILIZACIÓN
Ante esta situación, el gobierno de Sebastián Piñera y sus aliados de los medios de comunicación, ligados al poder oligárquico, intentan de todas las formas posibles conseguir la desmovilización del movimiento estudiantil, sobre todo tratando de desgastarlo en su desarrollo ante la opinión pública, que hasta el momento los apoya mayoritariamente. Mediante una operación subrepticia coordinada con el parlamento, la TV (matinales sobre todo) y la prensa escrita, especialmente Las Últimas Noticias, han ido creando un ambiente comunicacional mamón alrededor de las manifestaciones, donde el elemento farandulizador juega un rol central, enfocando los hechos desde el sentimentalismo y la estigmatización de los dirigentes estudiantiles como personas lindas pero intransigentes y no representativas de la inmensa mayoría del estudiantado, que sólo desea retomar las clases. Junto a esto, se intenta imponer el espíritu conciliador y lechoso de reiteradas frases tales como: “todos queremos mejorar la educación”, “todos queremos lo mejor para Chile”; para así, desde aquellas entelequias comenzar a dialogar. Es decir, más de lo mismo, dialogar a partir de los conceptos del poder neoliberal. También está la intención de mostrar el conflicto como un tira y afloja entre las partes involucradas como si se tratara de un juego democrático –donde todos son buenos porque quieren lo mismo-, pero que ya debe acabar pues a estas alturas sólo favorece a los “encapuchados” y al lumpen que se aprovechan de las marchas para imponer la violencia. Lo último ha sido un intento descarado de dividir el movimiento lanzando noticias artificiales sobre un supuesto quiebre dentro de la Confech, donde los “ultra” se imponen a los “moderados”, o que el PC fue sobrepasado por los anarquistas y otras excentricidades. Así suma y sigue, pero lo fundamental es lo vayan marcando los acontecimientos y la decisión de los estudiantes de no dejarse engañar, esta vez, como sucedió el año 2006. La actual movilización ciudadana es más que una lucha reivindicativa por la educación, es una ventana que abre las posibilidades de hacer cumplir, por lo menos, el programa que la Concertación ofreció al pueblo el año 1989 y luego deshecho por acomodo de algunos y la pusilanimidad de otros. Ahora, si por cualquier circunstancia este movimiento fracasara en sus intentos de concretar sus aspiraciones, sería un fracaso de todos. Lo digo porque ciertas voces ya plantean que es suficiente haber logrado que se hable sobre el tema de la educación de la manera en que hoy se hace. Pero cuidado, eso no es tan así, lo importante es concretar cosas no sólo aspirar a ellas. Todos los políticos hablan de que existe una pésima distribución del ingreso en el país, pero nadie hace nada concreto para revertir la situación. Entonces, hay que tener ojo siempre… Mañana será otro día, valga la redundancia.
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