BAUTISTA VON SCHOWEN POR ANDRÉS BIANQUE.

Tu nombre me sabe a leyendas.

Me sabe a rayos.

Albañil de cuerpos cansados

Cardenal de los bosques y de los enfermos.

Viajero de alamedas ariscas.

Evoco tu nombre y el silencio me roba las palabras.

¿Cómo describir tu sacrificio?

Y las mañanas se hacen amargas sin ti.

En el vientre del viento viajan las venas de los valles

Y su viejo vínculo de versos que te llaman.

Sobre las villas vacías de vigas y vestiduras que te nombran.

Pero que insignificantes se vuelven las palabras.

Que insignificantes…

Ahora que la voz imperceptible de un verso susurra tu nombre

Ahora que las manos pequeñas de este poema

Mueven el cendal de la historia. Tú historia.

¿Dónde estás? ¿Dónde te han dejado caer? ¿Dónde te arrojaron?

Déjame lavar tus pies con el llanto del pueblo

Déjame secar tus heridas con esa bandera que aún ondea.

Tálamo. Territorio del parto del tiempo y torbellino

De todos los tambores truncados…

Tangible y tapizado de tartamudeo tembloroso

En medio de tanta tormenta. Traficante de ternura.

¿Cómo evito que la tinta humedecida de este escrito,

no sea mitad llanto, mitad sangre, mitad lluvia?

Si aún tu nombre es sinónimo de dolor, de pérdida perpetua, irreparable.

Porque de seguro vendrán mejores que tú. Pero no como tú.

Tu nombre no me sabe a leyendas.

Tú eres decididamente, Leyenda, Legión y León.

Como las convicciones forran de acero los huesos

Como los ideales tapizaron tu carne de piedra contra el fuego de la tortura.

Uno a uno quebraron tus huesos. Uno a uno. Uno a uno.

Y gritaste y lloraste y desfalleciste mil veces.

Si eras delicado como una cometa al viento.

Y uno a uno rompieron tus huesos, tus brazos, tus piernas.

Te desmembraron los ligamentos. Te sacaron los ojos.

Diez veces te desmayaste sobre tus propios desmayos.

Fuiste un copo de nieve en el Hospital Militar del Infierno.

Y gritaste y lloraste y desfalleciste mil veces.

Sin embargo, ni una sola casa, ni un solo nombre.

La saña los hizo alargar la cicuta de la tortura por meses.

Pocas veces la muerte llora su oficio de muerte

Pocas veces lloran de impotencia los torturadores

¿Cómo una vida insignificante puede vencer a tanto odio reunido?

¿Cómo un cuerpo tan delicado puede derretir el acero?

¿Cómo un ser tan indefenso puede detener al cuchillo y su herencia de sangre?

Ni libros, ni decálogos, ni panfletos, ni discursos.

Sólo algo tan sencillo; el amor.

El amor por aquellos que nada tienen.

Aquellos que sin quererlo y deseándolo más que nada

te eligen, te eligieron, te elegirán.

Y tu sacrificio no fue en vano. No lo es y nunca lo será.

Eres Leyenda, Doctor, Compañero, y Revolución.

Si el oleaje del tiempo te trajera de vuelta de seguro volverías

a ofrecer tu vida en contra de tanta muerte

y tanta traición.

Andrés Bianque.

(Del Libro, Poesía en Luto)

Junio, 2003