Fuente: por Marcelo Garay Vergara
¿Se fijaron?, después de su berrinche de plomo y perdigones contra estudiantes de
El criterio cambió. Y cómo no, si en la era de la criminalización de la protesta social, a la hora de buscar culpables, corre el “todo vale”. “¡Fue un ataque grave, cobarde!”; “¡Un ataque premeditado!”; “¡Los efectivos hicieron disparos disuasivos!”, dijeron.
La oratoria de costumbre: apareció Lautaro, los anarquistas y los mapuche; sólo faltó
Curioso: las imágenes mostraban los “disparos disuasivos”, pero ¡ninguno fue al aire! A la respuesta incendiaria de los encapuchados, el gordito de terno y su ridículo casco negro sació su sed reventando cartuchos de una ‘pajera’ que le compró el Estado contra los estudiantes que le gritaban asesino. “¡Tírale, hueón, tírale, hueón!, se oyó clarito. Parecido a como le soplaron por radio al cabo Walter Ramírez, la mañana en que le dio por la espalda a Matías Catrileo.
“¡Quizá fue la oportunidad de jugar a los soldaditos”, me comentó mi mujer, a propósito del despropósito de los efectivos de
¿Se fijaron cuantas armas exhibió la policía allí en calle Condell? ¡Estaban vueltos locos! Tanto o más como aquella tarde de octubre de 1993 en Apoquindo con Manquehue, cuando le metieron -“disuasivamente” hablando- casi 200 tiros a una liebre donde viajaban, además de pasajeros, militantes del Movimiento Juvenil Lautaro.
¿Presunción de inocencia?: ¡Chao! Los desquiciados fueron los lautarinos y, claro, también los pasajeros por viajar en el microbús. Esa vez, el presidente de la eterna sonrisa y la justicia en la medida de lo posible, respaldó el accionar de la policía y para él no hubo exceso alguno.
El martes 2 de septiembre en calle Condell, tampoco. Tampoco en enero de 1992, cuando la policía nos brindó una de sus tantas performance de sangre y ejecutó, en vivo y en directo para la televisión chilena, a los jóvenes militantes del FPMR, Alex Muñoz y Fabián López, en una casa de un apacible barrio de Ñuñoa.
No hubo presunción de inocencia en enero de 1998, cuando la policía se metió a tropel y armada hasta los dientes a la población Legua Emergencia en busca del “Guatón Pablo”. Aunque esa vez salieron medios trasquilados, el escándalo que armaron corrió por cuenta de mujeres, jóvenes y niños, todos pobladores, maltratados hasta decir basta en medio del operativo. ¡Todos eran culpables! Y desquiciados por el sólo hecho de ser pobres.
En agosto de 2007, el menor Oscar Landeros, de 11 años, cometió el “desquicio” de pelearse con el hijo del ex cabo Miguel Ángel Canto. El entonces policía le metió dos tiros a quemarropa y le arrebató la breve vida al risueño y travieso Oscarito. En su primer relato, este “gatillo fácil” dijo que había sido un disparo disuasivo que rebotó e hirió de muerte al menor. Esa vez sí valió la “presunción de inocencia”, como ahora para los sicarios de
No así para el joven Eduardo Espinoza, de 19 años, acusado de disparar y matar al cabo Cristian Vera, durante incidentes del 11 de septiembre de 2007, también en Pudahuel Sur, al poniente de Santiago. La inquilina de
Pero no hubo asesinos, sino “presuntos responsables”, entre los policías que abrieron fuego contra la retroexcavadora que Rodrigo Cisternas condujo para contrarrestar la represión de la huelga obrera en la que participaba. Esa vez, la señora que vive en
Ahora fu el turno de