UNA GROSERÍA POLÍTICA

Por Álvaro Cuadra

Hay declaraciones públicas que bien merecen el calificativo de grosería política. Este tipo de exabruptos son protagonizados, la mayoría de las veces, por personajes opacos y marginales que irrumpen en el espacio comunicacional sembrando cizaña y estiércol por doquier. Tal es el caso del señor José Piñera, cuyo mayor aporte a la humanidad puede cifrarse en miles de millones de dólares que hoy usurpan los capitales nacionales y extranjeros que han convertido uno de los derechos fundamentales de los trabajadores, como es la previsión social, en un negocio tan lucrativo como inescrupuloso.

El señor José Piñera ha querido enlodar la figura histórica del presidente Salvador Allende, enalteciendo por contraste el trágico golpe de estado encabezado por Augusto Pinochet. En la misma línea inaugurada por el defenestrado embajador Miguel Otero, el señor José Piñera no sólo recuerda con nostalgia aquellos días de terror sino que se permite comparar la figura del presidente Allende con aquella de Adolf Hitler. Tamaño dislate no merecería ni una frase si no fuese el caso que se trata, ni más ni menos, que del hermano del actual mandatario.

Resulta comprensible que en su calidad de servil funcionario de un régimen autocrático, el hermano del presidente no haya conocido sino el lado amable del poder, haciendo oídos sordos al clamor de un pueblo diezmado por la tortura y el crimen practicado en campos de concentración durante años. También se puede entender que como empleado de los poderosos poco o nada le haya importado la suerte de los pobres, obligados a entregar su destino previsional a voraces intereses económicos gracias a sus buenos oficios. Lo que no se puede entender es que un sujeto con un mínimo de cultura carezca hasta el presente de una mínima inteligencia moral que le permita comprender los fenómenos políticos. Una cosa es tener un pensamiento conservador y otra muy distinta es ser un cretino.

Sólo a modo de ilustración, hagamos notar que la llamada “vía chilena al socialismo” fue una experiencia histórica democrática de alcance mundial. Por vez primera en la historia, un gobierno de izquierda accedía al poder en plena democracia. Todo esto, veinte años antes del ascenso de Mijail Gorbachov y del fenómeno del eurocomunismo. La figura de Salvador Allende se inscribe en la historia de Chile como un hombre digno que dio su vida en La Moneda ante la asonada golpista. Durante todo el gobierno popular del doctor Allende, este país vivió en una democracia amplia, la misma que utilizó la derecha, aliada a potencias extranjeras, para sus fines conspirativos.

El señor José Piñera mantiene inalterado el espíritu que caracterizó a la derecha chilena en los primeros años de la década del setenta del siglo pasado. Al igual que muchos nostálgicos de la dictadura, se niega a aceptar que con el golpe de estado de 1973, triunfó la codicia, la mezquindad, el egoísmo, la maldad convertida en terrorismo de Estado. Es de lamentar que después de tantos años, el señor José Piñera no haya podido entender una cuestión básica y elemental: en nuestro país triunfó la cultura de la muerte. Ser incapaz de trazar una línea divisoria entre lo correcto y lo incorrecto es una forma manifiesta de cretinismo moral.