Por: Alejandro Lavquén
La llegada de Sebastián Piñera y la derecha al poder, estuvo precedida del eslogan “una nueva forma de gobernar”, estilo que imaginamos también era válido para las políticas culturales que impulsaría el nuevo gobierno. El mando del Ministerio de la Cultura lo asumió el actor Luciano Cruz-Coke, en reemplazo de su colega Paulina Urrutia.
Pasado un año de la nueva gestión cultural podemos constatar que cambios de fondo no se ven, salvo en cuestiones administrativas de menor cuantía como, por ejemplo, modificaciones en algunas de las bases de los fondos concursables y el fin de las algaradas masivas. El resto es más de lo mismo. Es decir, la nueva forma de hacer cultura, desde el nuevo gobierno, consiste en administrar el concepto de política cultural heredado de la Concertación, ni más ni menos.
Cuando la Concertación asumió el poder, hace más de veinte años, centró la idea de desarrollo de la cultura en dos áreas: fondos concursables y eventos ciudadanos (léase algaradas en los parques, conciertos y ruidosas batucadas). De paso, exterminó las revistas y diarios que habían realizado una férrea oposición a la dictadura y difundido la cultura y las artes durante los años ochenta, hoy convertidos en algo pintoresco e insustancial gracias a la televisión, lo que le vino como anillo al dedo a la derecha pinochetista-portaliana que nos gobierna desde 1973. Para los nuevos neoliberales, encabezados por Ricardo Lagos Escobar, la cultura, como potencial de desarrollo humano y agente removedor de conciencias debía llegar a su fin, había que acotarla, llevarla a un redil donde pareciera que se culturizaba pero en realidad no se culturizaba. Ese rol lo cumplieron y lo siguen cumpliendo los fondos concursables, que actúan como un elemento distorsionador de una verdadera política cultural, cuyo elemento central, que es la educación y el rescate y conservación patrimonial, no se consideran. El dinero, por muy necesario que sea, no es el eje una política cultural seria, y menos convierte al artista en artista, o al poeta en poeta, tampoco da talento a quién no lo tiene.
Por otro lado, no existe hoy en Chile una conciencia masiva de que cultura es una manera de enfrentar la vida desde nuestra propia identidad y patrimonio en todos sus aspectos: económicos, políticos, artísticos, afectivos, familiares, de unidad social, etcétera. Y peor aún, tampoco existe esta conciencia en muchos de los actores culturales: escritores, poetas, músicos, artistas plásticos y demases. La mayoría de ellos se conforman con ganar un fondo concursable, ser invitados a leer a algún evento oficial o recibir algún premio que le otorgue unas líneas en la prensa, así podrán exponer un discurso lleno de retórica transgresora, pero que jamás llevarán a la práctica. La nueva forma de gobernar, iniciada por Patricio Aylwin, admite discursos transgresores, e incluso que se hable de revolución, pero nunca que éstos sean llevados a la práctica. Los que rompen ese esquema son estigmatizados como démones del pasado.
Por lo tanto, la vociferada nueva manera –según Piñera- de gobernar (y del ministro Cruz-Coke de hacer cultura), es sencillamente reducir la cultura, aún más de lo que lo hizo la Concertación, a una forma de engendro pintoresco que sirva como aderezo de una democracia que tampoco es una democracia.