La semana se inicia con más de 75 establecimientos educacionales secundarios y superiores movilizados a lo largo del país, muchos de ellos en toma. Mientras la situación se agudiza, el Gobierno no sabe qué hacer e intenta aunar criterios con la Concertación.
El jueves hay un paro nacional, que incluirá a estudiantes, profesores y funcionarios. Hoy (lunes 13), en la Plaza de Armas de Santiago, el conocimiento salió del aislamiento al que está generalmente circunscrito, y gracias a una iniciativa de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, se realizó una clase magistral del profesor Grínor Rojo frente a la Catedral Metropolitana.
“El Estado nos tiene en la calle” era el título de la clase magistral que el académico del Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile (en toma desde el sábado), realizó este mediodía en el centro de Santiago ante una multitudinaria audiencia, como otras más de las actividades en el marco de la movilización estudiantil que se realiza en el ámbito nacional y que amenaza con llegar a puntos álgidos en los próximos días. La iniciativa fue decidida triestamentalmente, es decir, tanto por estudiantes, profesores y funcionarios.
El título de la clase tiene dos lecturas: Por un lado, el propio Estado, su Gobierno, no ha tenido la disposición de dialogar francamente y resolver los puntos de fondo que los estudiantes exigen, puntos ampliamente conocidos por la opinión pública hace años, y que se relacionan con las problemáticas de fondo de nuestra educación: Lucro de las instituciones (aunque la ley no se los permita), endeudamiento desmedido de los sectores medios y bajos, democratización de la administración de las Universidades, entre varios otros temas. Ante la nula respuesta, no queda otra opción que salir a la calle.
Por otro lado, el título hace referencia a uno de los puntos mencionados, el endeudamiento, que afecta a estudiantes de universidades privadas y estatales por igual, con altas tasas de interés y aranceles que superan en la mayoría de los casos el salario mínimo vigente (172 mil pesos), lo que afecta el bolsillo de miles de familias en todo el país.
“Un millón de familias, un millón de sueños, un millón de endeudados”, rezaba un cartel, como queriendo graficar esta realidad. “Pensar no es un privilegio”, decía otro, reivindicando la importancia del trabajo intelectual al mismo grado que el manual.
La estatuas de las autoridades eclesiásticas en las afueras de la Catedral fueron el punto que reunió a varias centenas de personas de todas edades, estudiantes y no estudiantes, académicos de la Universidad de Chile, de la UMCE, de la Universidad Arcis y otras instituciones afines, así como numerosos transeúntes que se paraban por algunos minutos a escudriñar en el porqué de un círculo apostado en tan concurrido lugar.
Un señor de unos 50 años le dice a su acompañante femenina que no se detenga. “¿No ves que estos después se titulan y se olvidan de nosostros?”. Sin embargo, abordo dos o tres personas que se nota no son estudiantes ni profesores y destacan el hecho que se realicen este tipo de “formas de protestar”.
“Es bueno que no salgan a la calle sólo a hacer destrozos. Yo apoyo lo que piden, pero no me gusta la violencia, porque siempre salen perdiendo ellos y los que andamos tranquilos por la calle”, dice una señora que camina hacia la calle Puente.
El profesor Rojo realiza una intervención precisa, de no más de veinte minutos. A pocas cuadras, la Casa Central de la U. de Chile está tomada, igual que el Instituto Nacional. Varios grupos de secundarios merodean el centro pidiendo monedas para resistir en las tomas y aprovechan de explicar las razones de éstas. Algunos los apoyan, otros los “mandan a estudiar”.
Al micrófono, el profesor Rojo pasea su discurso por la relación entre la Universidad y la sociedad, considerando a la primera como uno de los pilares en los que sustenta la civilización moderna. Él mismo se considera “un universitario de toda la vida”, y alega contra la institución jerárquica y autoritaria que reproduce los valores de la sociedad como una empresa.
“Debemos construir una Universidad como una comunidad de individuos organizados para la producción de saber, bajo valores democráticos, pero no como los que hoy nos rigen, sino verdaderamente democráticos”, afirma.
Tras su intervención, el micrófono se pasea de izquierda a derecha en el gran círculo que adorna el lugar. Han llegado representantes del Colegio de Profesores, nuevos curiosos, más jóvenes de otras Facultades y Universidades. No se ve ningún canal de televisión ni ningún periodista de algún diario del duopolio. Aquí no hay noticia para ellos. Nadie está encapuchado.
Aparecen en el debate y en las consultas de los participantes la crítica a la relación profesor-proveedor y alumno-cliente, el rol de las instituciones privadas, las necesarias reformas tributarias, así como la necesidad de una Asamblea Constituyente, “pero que no sólo desarrolle una nueva Constitución, sino que vuelva a pensar el Estado que queremos”, agrega el profesor Rojo.
Quienes intervienen se muestran motivados, reflexivos, críticos. Recogiendo impresiones, todos concuerdan en la importancia de no cerrar las puertas de la Universidad, de abrir el flujo entre la sociedad y estos centros del pensamiento, condición fundamental en el contexto de agitación y crecimiento de la conciencia que se ha vislumbrado en las últimas semanas.
“Nos estamos ganando en la calle el derecho a la educación”, dice la académica Kemy Oyarzún.
Otros fuman cigarros o puros al lado de ciclistas. Niños y niñas intentan mirar y entender lo que pasa, mientras luego de 45 minutos la asamblea se disuelve en paz y alegría, entre cánticos y consignas que recuerdan que el lugar de partida y de llegada de la actividad política es la calle, sin jefes ni permisos especiales, en el puro discurrir de la discusión sobre el qué hacemos hoy con nuestras vidas individuales y colectivas.