MUCHO MÁS QUE EDUCACIÓN

Por Wilson Tapia Villalobos

Hay paros que mueven a muchos. Más de lo que desearía un porcentaje de los chilenos. Siempre van a existir voces disidentes y es justamente aquí donde radica la fortaleza del movimiento estudiantil: en cambiar las cosas, pensando en el que "ahora sí que sí" resulta. Están las condiciones para hacer que gran parte de los motivos que nos agobian (alta tasa de interés en los créditos universitarios, diferencian en la calidad de la educación entre cada establecimiento e inamovilidad social) se detengan. Y para eso, se requiere fortaleza. Wilson Tapia, nuestro columnista estable tiene un punto de vista sobre el tema. Uno más de los que tanto han salido, pero no por eso menos interesante. A ver qué nos deparará el mañana cuando se obtengan los resultados que tanto reclamamos.

Tres estudiantes de Educación Media, tres muchachos, han completado un mes de huelga de hambre y desde hace varios días ya no ingieren agua. Sus vidas corren peligro. El jueves 18, más de cien mil personas salieron a las calles en las principales ciudades del país. Ni la lluvia, ni la nieve, ni las amenazas de represión, detuvieron las manifestaciones. Todos piden lo mismo: que la educación sea verdaderamente un trampolín para el futuro y no una rueda de molino que los ahogue en un mar de incertidumbres.

La respuesta del Gobierno se puede resumir en reformas sobre lo que ya existe. Y lo que se pide es bastante más que eso. Significa sobrepasar con mucho los límites que hoy acotan el campo educacional. Cuando se plantea el fin de lucro en la Educación, se está atentando contra el derecho más preciado dentro del ordenamiento institucional chileno: el Derecho de Propiedad. ¿O es que frenar la comercialización de este servicio tan esencial, no es un atentado a las bases en que se sustenta el sistema económico neoliberal vigente?

No hay que olvidar que quienes hoy gobiernan siempre se han manifestado de acuerdo con que el Estado debe ser subsidiario. O sea, cumplir labores que los privados no pueden o no desea llevar a cabo. Pero, por ningún motivo competir con ellos. Y esa idea implicaba hacer tabla rasa con lo anterior. Sobre todo restar apoyo a cualquier idea que pusiera al Estado como creador de Bienestar y de servicios de calidad. Esa era la concepción que prevalecía cuando se instauró la dictadura. Y como desde aquel momento Chile se transformó en un laboratorio neoliberal, los profesores comenzaron a ser maltratados. A perder el sitial preponderante que les reservaba la sociedad chilena. Fueron degradados no sólo salarialmente. También lo fueron en su formación. Y hasta ahora eso no ha cambiado sustancialmente.

Después de 48 años, la educación chilena ha tenido un vuelco impresionante. Cerca del 60% de los estudiantes que rinde la PSU proviene de colegios particulares y particulares subvencionados. Luego de la desregulación el sector, en 1981, la educación superior se masificó. Bajo la dictadura, el crecimiento más explosivo correspondió al área técnico profesional. Pero después de 1990, la formación universitaria vivió su propia explosión, subiendo de 125 mil a 560 mil, en el año 2010. Y tanto en la educación media, como en la superior, la Iglesia Católica es la principal sostenedora del área privada. Entre las universidades que pertenecen al Consejo de Rectores, seis son de esta inspiración.

La realidad de la educación chilena quedó cruelmente de manifiesto en la última medición Pisa. Entre 65 países, resultó la segunda más segregadora. Ello significa que el 30% de los estudiantes de mayores ingresos nunca se relacionará con otros de estratos sociales diferentes. Lo mismo ocurrirá con el 30% de menores ingresos. De allí que las redes que se establezcan de ninguna manera beneficiarán la movilidad social. Tal inmovilismo no hace más que reforzar el sistema. De ello no se puede culpar sólo a la dictadura ni a algunos de sus partidarios que hoy están en el Gobierno. También hay allí responsabilidad de la Concertación. En un sentido muy significativo, la fortaleza que hoy muestra el movimiento responde a que los pingüinos de 2006 -estudiantes de educación media en aquel entonces y hoy universitarios- aprendieron del engaño que sufrieron hace cinco años, bajo la administración Bachelet.

Independiente de las anécdotas históricas, las exigencias del movimiento de que hoy somos testigos parecieran ir bastante más allá de lo que los conservadores estarían dispuestos a aceptar. Darle un rol preponderante al Estado en la Educación es sobrepasar el rol subsidiario que impone a éste el neoliberalismo. Pero tampoco se trata de romper el capitalismo para caer en las redes del socialismo marxista, como dice temer el senador Carlos Larraín.

Sin embargo, hace necesario mirar con claridad otros ámbitos de la realidad nacional. Si bien el país cuenta con recursos suficientes para afrontar mayores gastos en este ámbito, el paso en sí significa pararse de manera distinta frente al desarrollo. Y ello requiere hacer adecuaciones que sobrepasarán el área educacional, adentrándose necesariamente también en zonas diferentes.

En resumen, comenzar a desarrollarse como nación es dar pasos de igualdad que hoy no existen. Lo que requiere mirar sin tapujos una reforma tributaria. Y para quienes creen que este tema es un resabio de los antisistémicos exclusivamente, sería bueno que escucharan al multimillonario estadounidense Warren Buffett. Éste personaje reconoce que en 2010 pagó tributos por US$ 6,93 millones. “Suena a mucho dinero -dice-. Pero lo que pagué fue sólo el 17,4% de mis ingresos gravables y ese es un porcentaje realmente más bajo que el que pagó cualquiera de las otras 20 personas en nuestro despacho. Su carga fiscal varió entre el 33% y el 41%”. (Cabe señalar que Buffet sería tratado de manera similar aquí). El multimillonario aboga porque los tributos de los ricos estén en consonancia con los de los que no lo son. Y advierte que es falso que un aumento de los impuestos a los empresarios desanime las inversiones.

Es evidente que hoy está en juego es algo más que la Educación chilena. Pero ella se encuentra en la base del sistema. Y cada uno tiene que asumir su responsabilidad en la visión que tiene del Chile del futuro.