Por: Patricio Andreu Ávila
Secretario de Organizaciones Sociales y Derechos Humanos
Partido Humanista
(Agencia Prensa Humanista)
En estos últimos días he recibido toda clase de críticas por nuestro llamado a votar nulo. Unos pocos han sido abiertos al decirlas, otros me miran con cara sospechosa o son irónicos o andan con sonrisitas estúpidas, y alguien en conocimiento de mi postura me dijo: "espero que hayas votado por nuestra presidenta". De ellos, estos comentarios, miradas, sonrisas, afirmaciones no me han extrañado. Pero de algunos no las esperaba y siento un dejo de insolencia en sus afirmaciones. A decir verdad, estoy un poquito chato con tanta estupidez.
Desde niño me preocupó que en este mundo hubiera algunos que tenían mucho y otros, muy poco. Yo era parte de aquellos últimos, por lo que además me sentí discriminado por el solo hecho de pertenecer a una mayoría que, aparentemente, dependía de una minoría, la que además era dueña de todo, incluyendo a las personas. Me costaba entenderlo, ya que desde mi inocencia, entendía que vivíamos en un mundo que era de todos y que aquello que teníamos que recibir de él, tendría que ser para todos por igual.
Ya siendo un adolescente, me di cuenta de que estábamos fritos: unos pocos se habían adueñado de todo y no lo iban a entregar así como así, por lo que asumí que tendría que luchar para tener lo que nos correspondía.
A los 19 años decidí que tendría que hacerlo como militante, por lo que me sume al MIR. Este movimiento agrupaba a aquellos que habían asumido que la revolución tendría que ser a través de la lucha armada. Ahí nos encontrábamos todos aquellos que veíamos en el Che Guevara a un modelo digno de seguir, por lo que podría decir que básicamente me transformé en Guevarista. Luego, vinieron los años de la Unidad Popular, con la esperanza de que se aproximaba ese mundo igualitario que traería, al fin, justicia social. Sin embargo, aquello nunca sucedió.
Al tercer año de la UP sobrevino el golpe de estado, instigado por la derecha económica, dueños del gran capital y servidores de las grandes empresas transnacionales.
Muchas vidas costó el atrevimiento de quienes intentábamos recuperar la riqueza para todos. Luego vinieron las persecuciones, los encarcelamientos masivos, la tortura, el desaparecimiento y muertes; el exilio, la exclusión de todos los procesos sociales y la anulación de los sindicatos, con la consiguiente indefensión de los trabajadores chilenos; la división de los chilenos, más muertes y la desarticulación total del tejido social, en síntesis, dolor y sufrimiento.
No voy a mencionar los nombres de los luchadores sociales y revolucionarios que perdieron la vida, luchando por construir un mundo mejor, por hacer la revolución, por luchar en contra del gran capital y de su instalación en Chile, explotando para sí las riquezas básicas de nuestro país. No los voy a mencionar, porque son demasiados y algunos ya todos los conocemos. No quiero, además, dar argumentos para que justifiquen su acción, asegurando conocer la dirección que habrían tomado si no hubieran muerto.
Después del golpe de estado, estuve cinco años exiliado en la República Argentina. Cuando regresé, éste era un país en blanco y negro, la tristeza, el individualismo y la desesperanza se habían adueñado de casi todos los chilenos. Aunque hubo muchos que continuaban luchando y la dictadura seguía cobrando vidas.
La memoria de este país todavía no es capaz de reconocerlos como héroes. Muchos han sido olvidados y se hace como que esto nunca sucedió. "Es necesario sanar estas heridas por el bien de la patria", dicen algunos. El tema es que nunca hemos sabido bien qué es la patria. Al parecer, los militares golpistas creían que la patria era propiedad de los poderosos, por lo tanto había que defenderlos.
Durante este proceso de reinserción, conocí a los humanistas. Sentí que este humanismo me completaba ideológicamente y le daba sentido a mis interrogantes.
Los humanistas fuimos los primeros en insertarnos en el proceso de reconversión hacia la democracia. Teníamos que aprovechar todos los espacios posibles para luchar contra la dictadura, pero a través de una vía no violenta. Fuimos fundadores de la Concertación de Partidos por la Democracia, que se transformó en ese momento en el principal referente de este nuevo proceso.
Desgraciadamente, esta Concertación no tomó, desde nuestro punto de vista, el rol que le correspondía y sólo de dedicó a administrar y a profundizar el modelo económico heredado de la dictadura, modelo hecho a medida para la "patria", es decir, para los dueños del gran capital y de las transnacionales. Por ello decidimos marginarnos de esta Concertación y pasar activamente a ser críticos de los concertados.
Durante los años siguientes, todo se mantuvo tal cual: el tejido social desarticulado y las luchas sociales atomizadas y sin posibilidad de desarrollo; los sindicatos y centrales de trabajadores sin ningún poder, dado que se mantuvieron todas las leyes de la dictadura para no permitir que se volviera a tejer la red social y ésta no pudiera cobrar nuevamente la fuerza que tuvo en el pasado.
Más aún, se profundizó con mayor fiereza en el modelo. Podríamos decir que los concertados trabajaron muy bien para "los patriotas". Prueba de ello son los elogios que han recibido de aquellos. Hicieron muy bien la tarea. Los concertados siguieron al pie de la letra lo que se había hecho en dictadura, hermosearon las calles, construyeron grandes paseos peatonales, grandes carreteras y autopistas, pero sólo para un sector de los chilenos.
La mayoría no podrá usar jamás los hermosos edificios de las grandes empresas. Inclusive tenemos nuestro Sanhatan. También se construyeron hermosos edificios para vivienda, aunque debo recordar que siempre se "rumoreó" que estos dineros provenían del narcotráfico. Se "rumoreaba" que en Chile se lavaba dinero y como todo lo que ocurre aquí, sólo quedó como "rumor".
Se instalaron Universidades privadas. Las públicas tuvieron el mismo destino, transformando la educación en un gran negocio, y los educandos se transformaron en "clientes". Se imparten carreras a destajo sin que los "clientes" tengan posibilidad de insertarse en el mundo laboral. Con la salud pasó lo mismo: grandes empresas proveedoras de servicios de salud y los enfermos, hoy, son "clientes", y en vivienda se convirtieron en deudores habitacionales. Lo mismo sucedió con la previsión de los trabajadores, que pasó a ser el sostén de la economía chilena: se prestan los dineros de los trabajadores a las grandes empresas, las que logran grandes utilidades. Sin embargo, los dueños de ese capital no tienen utilidades y ven sistemáticamente mermados sus ahorros provisionales, de forma tal que la mayoría tiene cada vez menos, llegando inclusive a no cubrir la totalidad de su vida, y etcétera, etcétera, etcétera…
Chile es hoy un país ocupado, aunque ya no es necesario que lo sea militarmente. La globalización fue diseñada para eso, para ocupar las regiones a través del gran capital. Vendemos al mundo nuestra materia prima a precios de huevo, no se produce manufactura, las empresas mineras -que son las que más invierten- no pagan impuestos y declaran, además, que no tienen utilidades. Es decir, el país de Jauja. Se lo llevan todo y gratis.
Entonces, la pregunta es ¿qué va a pasar cuando ya no tengamos materia prima que vender, dado que ésta es finita? Probablemente, en ese momento, pasemos a ser un país poco apto, poco competitivo y, por lo tanto, destinado a desaparecer. La ley de la selva, naturalismo puro, vuelta al Darwinismo.
Podría seguir en este análisis en forma interminable, pero sólo llegaré hasta aquí para responderle a aquellos que creen que tendría que haber votado por los concertados. Y les digo a aquellos que todavía creen en la Concertación, a aquellos que están confusos, a aquellos que creen que sus lealtades están con los partidos y no con el proyecto que inicialmente los guió: "No se puede ser revolucionario y neoliberal al mismo tiempo". Ellos, los concertados, son claramente NEOLIBERALES y, por tanto, antirrevolucionarios. Además, sirven al igual que los golpistas al gran capital y a las transnacionales.
Nosotros no tenemos que rendirles cuentas a ellos, porque no somos parte de aquello, tenemos las manos limpias y llevamos nuestra cara al frente sin mancha, no nos avergonzamos. Somos orgullosos de ser coherentes, antineoliberales, humanistas y luchadores sociales. Nuestra bandera es la de los pobres, la de los oprimidos, la de los fracasados, la de los humillados y no transamos