CARABINEROS DE CHILE INGRESA A EDIFICIO Y HACE DESTROZOS

Por: Ana Cortez Salas/ Francisca Vera Vivanco

Mi nombre es Ana Cortez Salas, soy antropóloga de profesión y les escribo para denunciar la violencia policial de la que fui víctima en mi propio hogar el pasado 4 de agosto a eso de las 20:00 hrs, en el marco de las protestas estudiantiles por una educación gratuita y de calidad.

Francisca, Carlos y yo conversábamos amenamente en las inmediaciones de Calle Curicó con Vicuña Mackenna, lugar donde se encuentra el edificio donde vivo. Desde temprano pudimos observar desde esa esquina como Carabineros de Chile dispersaba a los y las estudiantes que demandan el fin al lucro en la educación.

A eso de las 20:00 horas el tránsito se había normalizado y sólo quedábamos nosotros tres en esa esquina, más algunos vecinos y vecinas del edificio donde vivo. De repente, entró por Calle Curicó una micro de Carabineros en contra del tránsito, se detuvo justo frente a este grupo de vecinos y vecinas, y varios efectivos corrieron en actitud amenazante hacia nosotros.

Como comprendimos inmediatamente que querían tomarnos detenidos, nos refugiamos en nuestro edificio. Pero Carabineros no se detuvo ahí: procedieron a romper todos los citófonos del edificio, patearon la puerta de entrada, luego entraron al edificio y trataron de derribar a patadas la puerta de mi departamento y la de mi vecino por más de 10 minutos. Sólo se detuvieron cuando lograron descerrajar de cuajo la puerta de mi vecino, quien felizmente no se encontraba en su hogar.

Les pido encarecidamente que se detengan a leer el relato de los hechos que hace Francisca. Es sólo un botón de muestra de lo que ocurrió esa noche, sin lugar a dudas muchos de ustedes también sufrieron la brutal violencia policial. Queda claro sí con este y otros hechos que el derecho a demandar a través de la protesta social lo que creemos es justo se acabó en Chile.

ATACADOS POR CARABINEROS

El jueves 4 de agosto pasé a ver a una amiga que vive cerca de la plaza Italia después del trabajo. La idea era acompañar un ratito a los estudiantes en su marcha no autorizada y luego devolvernos por un té o un café para conversar de los miles de temas que nos pertenecen y que no tienen que ver necesariamente con la contingencia del día jueves 4 de agosto. Cuando llegué a la casa de mi amiga, pasadas las 18:30 horas, se vio que era muy difícil que pudiéramos acompañar a nadie en ninguna marcha ya que la policía y las Fuerzas Especiales de Carabineros habían iniciado desde muy temprano una labor de dispersión bastante impresionante.

A eso de las 18:30 horas la calle olía a lacrimógena y frente a la casa de mi amiga, cuyo departamento está en un edificio en plena esquina de calle Curicó, se podía apreciar a los muchos estudiantes y adultos que huían después de haber intentado marchar por la Alameda. Estuvimos mucho rato mirando qué pasaba, en una actitud completamente contemplativa. A un par de esquinas de donde estábamos, se divisaba una barricada y un poco más allá algunas micros verdes de donde bajaban y bajaban efectivos policiales.

Un par de veces en que vimos que la cosa se ponía muy álgida decidimos entrar al edificio, sobre todo para evitar que nos llegara alguna piedra. El ambiente por mientras era de caceroleo anticipado y de pitos y bocinazos provenientes de los departamentos de los edificios vecinos y de los pocos automóviles que se atrevían a circular. En eso estábamos las antropólogas, haciendo una observación que podríamos decir que es propia del trabajo etnográfico, sacándole el rollo a los pacos, a los jóvenes y niños de edades fluctuantes, mientras sobrevolaban los helicópteros, sonaban las ambulancias y las cucas, cuando de repente apareció de la nada y contra el tránsito una micro de Carabineros que se estacionó frente a nosotras.

No quiero exagerar, pero la imagen fue digna de cualquier libro de Tolkien: de ella bajó un contingente de tipos del GOPE parecidos a los orcos, envueltos en cascos y escudos, con tamaño de gorila y con actitud y gesto muy beligerante y amedrentador. Éramos unas ocho personas las que estábamos en esa esquina, todas del edificio de mi amiga, quienes los quedamos mirando. De pronto nos dimos cuenta que venían hacia nosotros. Entonces, de forma espontánea nos replegamos, entramos al edificio y cerramos la puerta metálica que comunica con la calle.

Mi amiga, intuitivamente, corrió a su departamento que está en el 1º piso y comenzó a abrir la puerta ya que estaba con llave. Yo, por mientras, me quedé cerca de la entrada, a la subida de la escalera, mirando hacia afuera por una columna vidriada muy angosta que era parte de la puerta metálica, de la cual estaba a unos tres metros, para ver qué pasaba y cómo se iban. Creí que el grupo del GOPE, al ver que éramos residentes y que estábamos en un espacio privado al cual no es posible ingresar por la fuerza de ningún tipo, porque además la ley no lo permite, se iría. Pero en vez de irse comenzaron a arremeter a golpes de puño y patadas contra la puerta que tenía a tres metros de mí.

A esas alturas mi amiga gritaba porque nos entráramos cuanto antes a su casa, lo que yo hice inmediatamente. Estábamos entrándonos a su departamento cuando el GOPE ingresó al edificio, logrando nosotras cerrar la puerta del departamento y poner llave casi en sus narices. Lo que vino después fue horrible, comenzaron a patear y a golpear la puerta nuestra y la del vecino del frente. Por mientras, nosotras, atónitas, no sabíamos qué hacer.

Yo personalmente, después de constatar en fracción de segundos que no teníamos por donde huir, ya que estábamos en un espacio absolutamente cerrado, entré en un estado de perplejidad a la espera de que entraran en cualquier momento para llevarnos del pelo o de no sé de dónde. Después de 8 o 10 minutos de patadas y golpes en la puerta se hizo un silencio. No sé cuanto rato pasaría antes de que volviéramos nuevamente a sentir voces en el pasillo, si fueron 5, 10 o 15 minutos ya que estábamos impactadas.

Cuando salimos constatamos, junto al grupo de vecinos que habían arrancado igual que nosotros a sus departamentos, que todos los citófonos del edificio habían sido completamente destruidos y que la puerta de la casa del vecino, donde felizmente no había nadie, había sido descerrajada y abierta a golpes. Los ahí presentes grabaron y fotografiaron las evidencias de los destrozos producidos por quienes algunos llaman “carabineros” pero que en realidad era más propio del paso de un grupo de forajidos y delincuentes que de quienes se supone que deben resguardar el orden público y la integridad de los ciudadanos y ciudadanas de este país.

Cuando llegaron los dueños del departamento descerrajado y luego de ser informados de lo que había sucedido con su casa por sus vecinos, un familiar de ellos fue a poner una denuncia a la comisaría más cercana a su domicilio, la que el personal de turno no quiso recibir.

En el poco tiempo que ha pasado he pensado bastante en todo lo acontecido. A los dos días de aquel jueves, leí una columna en un medio de prensa chileno donde se decía que, a pesar de los disturbios y de la represión del jueves 4 de agosto, no debían hacerse comparaciones con los hechos acontecidos durante la dictadura y que, además, era importante valorar y proteger la actual democracia.

Si bien luego de los hechos acontecidos estuve tranquila, después de esa lectura no pude dejar de sentirme transgredida. ¿Qué tipo de democracia es aquella en que la gente no sólo no puede marchar libremente por las calles, sino que además cuenta con una policía que amedrenta y amenaza tan violentamente a quienes somos los ciudadanos de este país? ¿Qué tipo de democracia es aquella en que las Fuerzas Especiales entran a los espacios privados destruyéndolos y luego las instituciones no son capaces de hacerse cargo de sus actos ni siquiera recibiendo las denuncias?.

Todo lo anterior lo comparto porque siento que es importante, porque me imagino que hay miles de historias como la mía que sucedieron ese jueves 4 de agosto y, por lo tanto, no tuve la exclusividad de haber estado en un hecho de violencia. Compartir esta historia ha sido un gesto de afecto y una manera de decir que es inaceptable una democracia que se despliega a través del uso de la fuerza acompañada al mismo tiempo de un modelo económico que le ha dado continuidad a una injusticia social tan inaudita. También ha sido mi forma de decir que tengo fe y esperanza en que mi hijo, los hijos e hijas de ustedes y luego los nietos y los hijos de nuestros nietos, van a poder encontrarse con un modelo económico y político y una sociedad diferente. Pero para que todo esto cambie, nosotros, desde donde estemos y como podamos, tenemos que aparecer y hacernos presentes, respetando nuestras diferencias por supuesto ya que somos seres humanos. Cada uno sabrá cómo puede hacerlo.